GUILLERMO WALLACE
UN MÉDICO QUE MURIÓ POR CRISTO
Guillermo estaba cubierto de grasa y mugre de pies a cabeza. Se había pasado el día entero en el garaje de su papa, este joven de diecisiete años, reparando un viejo automóvil Ford. Para este muchacho tímido y callado, no había mejor pasatiempo que trabajar en algo mecánico. Y en realidad era un excelente mecánico. Pero de alguna manera Dios le habló en aquella tarde. Se hacía la pregunta: ¿Qué es lo que Dios quiere hacer con mi vida? A pesar de su intento de no hacerle mucho caso a la pregunta, no la podía sacar de su cabeza. Como miembro de los Embajadores del Rey de su iglesia, había aprendido bien que un cristiano debe poner su vida en las manos de Dios. Tomó en sus manos un Nuevo Testamento que tenía cerca, y en la página final puso las palabras, "La voluntad de Dios para mí vida es ser un médico misionero." Su papá era médico en Knoxville, ciudad del estado de Ténnessee en los Estados Unidos, y Guillermo nunca había considerado seguir los pasos de él en la selección de su carrera. Sin embargo, estaba convencido que esto era lo que Dios quería para él.
Con su mira puesta en la idea de ser médico misionero, continuó sus estudios y con el tiempo se graduó de médico. Después de terminar su internado y residencia, un médico muy distinguido de la ciudad le hizo la siguiente oferta: "Guillermo, yo quiero que tú seas mi socio, y que trabajemos juntos como médicos." Esta oferta era casi irresistible para Guillermo. El se había hecho el firme propósito de practicar solamente "La mejor medicina posible" y aquí tenía una oportunidad dorada de trabajar hombro a hombro con uno de los mejores médicos de la ciudad. Además, nunca tendría problemas económicos, ya que sus ingresos estarían asegurados. Pero por la mente de Guillermo paso aquello que él había escrito en su Nuevo Testamento: Su promesa de ser un médico misionero, y con toda calma y cariño, le manifestó al doctor Peters que no sería posible que fueran socios, ya que Dios tenía otros planes para la vida de él.
Dios tiene a veces formas muy extrañas de llevar a cabo sus planes, y mientras Guillermo le escribía a la Junta Misionera Foránea de los Bautistas del Sur de los Estados Unidos, ofreciendo sus servicios como médico misionero, el doctor Roberto Beddoe, desde la ciudad de Wuchow en China le escribía a la misma Junta manifestándoles la urgencia de un médico que viniera a ayudarles. El doctor Maddry de la Junta recibió el mismo día las dos cartas, e inmediatamente se dio cuenta de que Dios estaba en el asunto. Pero quería estar seguro, y llamó a Guillermo para ser entrevistado y así estar todos seguros que Dios estaba guiando en esto.
Después de un largo viaje por tren hasta San Francisco, California, y un viaje aún más largo en barco desde San Francisco hasta Hong Kong, Guillermo al fin llegó a la China. Estudió el idioma chino durante un año en Cantón, y después comenzó su trabajo en Wuchow. Su presencia se hizo sentir inmediatamente en el Hospital Bautista. Los médicos y enfermeras se maravillaban de su habilidad como cirujano. El, en cambio, no pensaba de sí mismo como si fuera gran cosa, y sólo se preocupaba del bienestar de sus pacientes. Con frecuencia se olvidaba de cobrarles, y nunca rehusaba atender a alguna persona por falta de dinero. Guillermo se sentía muy feliz y estaba de que Dios lo había llevado a aquel lugar. Un chino dijo: "Algunos misioneros predican el amor de Dios con sus labios, pero éste lo predica con su vida."
Estos años fueron de relativa tranquilidad para Guillermo, Hacía su trabajo, y el Señor le bendecía ricamente. Sin embargo, ya existían los primeros indicios de problemas. Los japoneses habían invadido el norte de China y hacían barbaridades cuando entraban a las ciudades conquistadas. Mataban sin compasión a hombres, mujeres, y niños, y destruían todo a su paso. Escaseaban algunos productos, y era necesario administrar muy bien el hospital para que no fallaran alimentos, medicinas y otras necesidades básicas. También era difícil para Guillermo descansar cuando veía tanto dolor y sufrimiento a su alrededor. Sin embargo, el sabía que en algún momento tenía que comer, dormir y descansar. Otro médico misionero le dijo un día, "Guillermo, haz lo que puedas y deja las estadísticas a Dios." Con es consejo el se sintió mejor. Haría todo lo que podía, y dejaría que el Señor se preocupara de lo que no llegó a hacer.
Pero los japoneses cada día se acercaban más, y con frecuencia los aviones bombardeaban la ciudad. Un día en medio de una operación, comenzó un bombardeo. Ordenó a las enfermeras y otros ayudantes a que se refugiaran en el primer piso, y él continuó la operación. Cayó una bomba en el hospital, y cayeron al suelo Guillermo, paciente y equipo. Guillermo continuó la operación como pudo hasta terminar, y entonces se llevó al paciente a un lugar seguro. A pesar de todo la operación fue un éxito y el paciente se recuperó.
Cuando los japoneses estaban a solo unos kilómetros de Wuchow Guillermo decidió que sería mejor trasladar e! hospital a un lugar seguro. En varios lanchones, se fueron los médicos, la enfermeras, y todo el personal, para que el hospital pudiera seguir brindando servicios. Al ver a sus colegas desanimados por las dificultades reunió el grupo y les dijo: "El edificio no es el hospital Nosotros somos e! hospital, y continuaremos haciendo esta labor mientras Dios nos permita." De repente se sorprendió él mismo que había hecho un discurso, ya que era tan tímido. Todo el personal se inspiró y continuó la labor. Después de algunos meses, los japoneses comenzaron a perder la guerra, y el hospital ambulante pudo regresar a Wuchow y continuar su ministerio allí.
Sumamente cansado por las dificultades de la guerra, Guillermo regresó a los Estados Unidos para descansar y aprender nuevas técnicas de Rayos X, cirugía, etc. Regresó con nuevo entusiasmo a Wuchow a seguir su tarea. .Ya había terminado la guerra, pero en el horizonte aparecía otra dificultad: los comunistas. Ya habían conquistado partes del norte da China, y los informes de lo que había sucedido con los misioneros y los cristianos inspiraba temor. Los misioneros entonces tenían que tomar una decisión: Si vienen los comunistas, ¿nos quedamos o nos vamos? La pregunta era muy difícil, puesto que sentía que Dios no llama a las personas a servirle solo cuando las cosas están bien, sino en todo tiempo. Por otro lado, los comunistas venían con una intensa campaña en contra de los extranjeros, y los cristianos chinos estarían en peligro por su asociación con los misioneros. A medida que se acercaban los comunistas, muchos misioneros decidieron irse a otros campos, y esperar que algún día cambiara la situación en China. Guillermo decidió quedarse, en sus propias palabras, "mientras pueda ser útil."
Llegaron los comunistas, y al principio las cosas marchaban más o menos normales. Ellos constantemente pedían el templo prestado para tener reuniones, y dejaban letreros que decían, "fuera los diablos extranjeros." En las calles habían campañas violentas que hablaban de los americanos como "explotadores, lobos imperialistas, perros capitalistas." Pero era difícil convencer al pueblo de que todos los americanos fueran tan malos cuando entre ellos vivía Guillermo a quien ellos tanto amaban. No quedaba otra alternativa para los comunistas: ¡Había que eliminar a Guillermo! Entraron a su casa a las tres de la madrugada unos soldados, y le comenzaron a interrogar. Debajo de su cama colocaron una pistola, y luego la sacaron como prueba de que él era espía de los Estados Unidos. Le hicieron un juicio pero nadie testificaba en contra de él. Al contrario, muchos decían: Yo estaba enfermo y el me curó. Después de horrible maltrato, golpes, interrogaciones continuas, murió a las dos semanas. Para tratar de cubrir el asesinato, lo colgaron para decir que se había ahorcado. Pero nadie creyó esa mentira.
Los hermanos cristianos fueron a reclamar el cuerpo, y le enterraron. Reunieron fondos para poner sobre su tumba una lápida con las palabras: "Para mi el vivir es Cristo."
Pero la historia no terminó ahí. Muchos jóvenes, conmovidos con el testimonio de Guillermo, decidieron entregar sus vidas a las misiones, y hoy hay muchos misioneros trabajando en diversos campos inspirados por el ejemplo de Guillermo. El resto del versículo que aparece en la lápida de la tumba de Guillermo dice: "... y el morir es ganancia" (Filipenses 1:21).